PUNTO DE VISTA
Vivimos en un país lastimado y enfermo

Los kirchneristas me acusan de macrista. Los macristas dicen que soy un kirchnerista tardío y zurdo. Los de izquierda me etiquetan de gorila. Y podría seguir enumerando etiquetas inútiles.




-Escrito para el informador de cuyo por: Ernesto Simón (Escritor y Periodista)-  



Los inimputables me dicen que soy bolchevique y los bolcheviques me rebajan a la categoría de menchevique. Finalmente los ignorantes me etiquetan de trotskista. ¿Qué les pasa, legión de mermas? En este país se ha vuelto extraña la libertad de pensar. Y, lo que es peor, estamos enfermos y queremos ver como enferma el otro.

¿Todavía no se dieron cuenta que soy un anarquista involuntario? El daño que ha causado el kirchnerismo durante la década pasada tiene su correlato hoy. Vivimos en un país lastimado, enfrentado y rencoroso. Cuando enfrenté a la Runfla de Delincuentes que conformó el Gobierno de Néstor y luego el de Cristina, para algunos yo era un gorila de derecha y para otros un campeón de la decencia. Hoy, cuando critico al Gobierno de Macri, para unos soy un periodista agudo y ejemplar, y para otros alguien que cambió de ideología y se vendió a no sé quién.

Qué país de gente mediocre tenemos. ¿Se dieron cuenta? Qué reduccionismo chato y anodino prosperó entre los argentinos. Destino incierto de una patria que quiso ser república emancipada y se convirtió en una caterva de inservibles. Cuando colaboré con Jorge Lanata para investigar toda la corrupción kirchnerista. Cuando enfrenté a José Luis Gioja en San Juan y a su modelo megaminero, muchos me felicitaban y me alentaban a seguir.

Lo hacían en secreto, nadie quería hacerlo público porque cuidaban su pequeño y miserable negocio con el Estado. Algunos proveedores o planta permanente con miedo a represalias económicas, me saludaban a la distancia. Otros, a punto de ser nombrados u otros con un miserable contrato, me decían: "Seguí luchando contra estos delincuentes". Los más sutiles me decían: "Somos muchos los que te apoyamos silenciosamente".

¿Qué estupidez hipócrita y cobarde es esa?, ¿cómo se puede apoyar a alguien "silenciosamente"? ¿Se dan cuenta que somos una nación de infelices?, ¿de ovejas adiestradas para aguantar? Ya no tengo dudas: Somos un país de reventados, de pichiciegos, de argentinos por nada. ¿No sienten lástima de lo que hicieron con nosotros? ¿Piensan dejar que sus vidas sean reducidas a la vivencia de un gusano? Qué caterva de condenados sumisos somos, ¿no? Creo que hemos acopiado estúpidos por el campeonato.

A propósito, si se hiciera el Mundial de Boludos, nosotros nos traemos la copa todos los años. En Argentina somos todos parte de una legión de boludos. Escribo esta nota en primera persona porque nunca estuve tan decepcionado. Estoy desesperanzado, como argentino, como peruano, como latinoamericano. (Gracias, Hugo Guerrero Marthineitz). Debo reconocer que he abrevado, sin arrepentimiento alguno, en distintas corrientes del pensamiento.

Por caso, enumeraré algunas: en el existencialismo heideggeriano, el nietzscheanismo, el estructuralismo, la antropología culturalista, el psicoanálisis jungiano y lacaniano, el orientalismo, el posestructuralismo, el decontructivismo, el posmodernismo, el posmarxismo y hasta en el neodecadentismo irreversible. Macanas, ¿no se acuerdan cuando una vez publiqué una nota donde me defino como un "anarquista involuntario, libre pensador desenfrenado, crítico infatigable y adversario inesperado"? ¿Se olvidaron ya? No, no se olvidaron, estoy seguro de que no.

Pasa que en el afán de entrenar para el torneo, todos y todas se hacen los boludos y boludas, para estar en forma el día que anuncien el Mundial de Boludos. Escribí, al principio, con la fe ciega y absurda de un creyente, que soy anarquista involuntario. No soy Simón Radowtzky, pero lo conocí. Supe de su pasión y su lucha, del espanto que padeció cuando estuvo detenido por años en una celda de mala muerte de Ushuaia. Jamás conocí el conventillo que estaba ubicado en calle Andes 194, hoy denominada calle Evaristo Uriburu, en Buenos Aires.

No padecí los clamores de una sociedad cruenta y enfurecida a la que era imposible decirle que no cuando el presidente Figueroa Alcorta impuso la ley 4144, desterrando y encarcelando a todo extranjero o argentino nativo que hiciera propaganda anarquista. En 1909 yo aún no nacía, pero siento que estuve ahí. ¿Me entienden? Tengo mucho amor para dar, el problema es que no sé dónde ponerlo. Denuncié, denunciamos, la represión del Gobernador de Chubut, Mario Das Neves, quién avanzó con meticuloso salvajismo contra el pueblo mapuche para defender las tierras que, gracias a la entrega de Carlos Menem, la familia Benetton tiene en la Patagonia argentina.

No importa si los mapuches son de Chile o de Argentina, son humanos, ¿no se dan cuenta? Son culturas que habitaban este suelo desde hace siglos y no conocían la división geopolítica tal como la conocemos nosotros ahora. Tenían otro concepto de la tierra y de la propiedad. ¿Por qué someterlos al capitalismo feroz si ellos no pertenecen a este engranaje? ¿Es que acaso no podemos ayudarlos frenando el avance de familias codiciosas que se quieren quedar con toda la tierra? Aparecen los fascistas camuflados intentando decir que es un problema de Chile, que se vuelvan a su país. ¿Qué locura? ¿Vieron qué mal nos dejó a todos una década de violencia política? El kirchnerismo se encargó de sembrar odio y enfrentamiento entre hermanos. Si no estabas con el Relato K, estabas del otro lado, entonces eras el enemigo.

Ahora, los macristas, temerosos de que un día la ladrona de Cristina regrese, reaccionan con belicosidad inusitada cuando alguien critica algún aspecto del Gobierno capitalista de Mauricio Macri. ¿Qué les pasa? ¿Quieren los argentinos vivir en democracia o en verdad se están sincerando para dejar aflorar la peor intolerancia que cada quien anida en su interior? Vivimos en un país enfermo. Lo peor que nos pasa no es la recesión, la inflación, la deuda y el déficit. Lo peor está dentro de todos nosotros.

Esa virulencia reaccionaria que asoma, hace daño al otro y luego esconde la mano. Lo peor está por venir, no me cabe duda, y lo peor ya pasó. Parece un juego de palabras pero no, es una cadena de violencia que se retroalimenta en cada periodo de la vida política argentina. Somos una legión de corderos adiestrados para aguantar. Cada tanto pegamos el grito, rasguñamos al supuesto adversario, que por lo general es un hermano o hermana, y luego nos escondemos la mano cobardemente para seguir cuidando nuestros intereses personales. Acopiar, ventajear, ser más que el otro y, cuando se pueda, masacrar al prójimo con la desconsideración y la cobardía que nos caracteriza. Esta es la harina con la que elaboramos el pan de cada día. Es por eso que los argentinos y argentinas vivimos envenenados. Estamos enfermos y lastimados. Lo peor, lo más grave, es que no queremos que nadie nos ayude. Así nos va.