PUNTO DE VISTA
De la realidad, los merecimientos y la esperanza

No importa la época del año ni quién esté en el gobierno. Lo cierto es que las crisis están garantizadas en la vida de los argentinos. ¿Nos merecemos vivir así?



Por estos días atravesamos una nueva crisis financiera que desencadenó en la crisis económica número: “infinito menos uno”, como diría un profesor de análisis matemático cuando habla dentro del enfoque infinitesimal a sus sorprendidos alumnos. Desde que era chiquito escucho y experimento las crisis. Sin dejar en descubierto mi edad, puedo mencionar la “hiperinflación” de Alfonsín, al “efecto tequila” de Menem, la casi desintegración social por sostener la “convertibilidad” que padecimos con De la Rúa y así muchas más en el medio, antes y después. Imperceptibles, solapadas, encubiertas, bien manejadas y todos los etcéteras que se le ocurra, querido lector.

El curso de nuestra historia es el de la crisis permanente. No importa la época del año ni quién esté en el gobierno. Lo cierto es que las crisis están garantizadas en la vida de los argentinos. ¿Nos merecemos vivir así? El problema es cuando uno se convierte en víctima de la incapacidad de otros y vive perjudicado por otros. Como sucede ahora con los especuladores financieros, que hacen de las inversiones una timba mientras que el resto de los argentinos sólo tiene al trabajo (algunos ni eso) como herramienta para poder enfrentar los problemas.

Esos efectos nocivos son inmerecidos, no buscados, no queridos. Es un problema que afecta a todos los argentinos pero que no es provocado por todos los argentinos. Habría que identificar a esos responsables. Decir que somos los “peores del mundo”, “una vergüenza internacional”, etc., es una mentira que se difunde por una falsa generalización que busca diluir la responsabilidad y encasquetar la culpa sobre los otros. Toda una vil trampa. Vivir con angustia permanente por ser siempre los “peores del mundo”, la “vergüenza internacional”, etc, termina dañando y enfermando aún más la realidad que de por sí extremadamente compleja y de difícil abordaje.

En definitiva, ese estado psicológico provocado es un veneno social que se fumiga y mata todo. Todo. Hasta lo que está sano. “Mientras haya vida, hay esperanza”, enseñaba un maestro de Teología. Tendremos esperanza siempre y cuando hagamos valer nuestros talentos en servicio del prójimo. Mientras ocupemos nuestros lugares en la vida social, con dignidad y responsabilidad.

Mientras no nos sorprendan con proyectos de último momento. Mientras tengamos el coraje de hacer valer la palabra empeñada en las campañas electorales. En definitiva, tendremos puestas nuestras esperanzas en los valores que nos inspiran a pelearla todos los días. Los argentinos nos merecemos inspiraciones hacia el bien. ¡Siempre hay esperanza!