Quiere decir que escribo para una minoría diezmada que apenas sobrevive en un mundo aturdido y sin salida. Vivimos atormentados por información inútil.
La idea es que ante tamaña marea de atolondramiento, no podamos pensar. Innegable: estamos ante una epidemia invisible que ha raleado a los pensadores. No escribo para los tartufos acomplejados que buscan en la vida de los demás la justificación de su propio fracaso. Escribo para quien pueda entender. Para los menos.
Ya George Bernard Shaw escribió una vez: "El 2% de las personas piensa. El 3% piensa que piensa. El 95% de las personas morirá antes de tener que pensar". Entonces están los pocos que piensan y los otros, esa caterva de atolondrados que confunden las palabras y ven podredumbre en todas partes.
En realidad están ciegos, ya no ven. Están muertos en vida y por eso huelen a materia infecta y repulsiva, son ellos los que emanan el peor aroma. Fieles portadores de una estética que representa a esta sociedad corroída y pestilente, ya no saben adónde ir. No escribo para los reventados aburridos que se la pasan hablando en el café y nunca hicieron nada. Para ellos apenas si puedo destinar unos segundos de compasión casi religiosa. No hay forma de detener la alegría. Ellos lo saben desde el mismo día en que empezaron a morirse.
No escribo, insisto, para los bobos que confunden resentimiento con convicción. Esos son los peores, porque votan y ponen al presidente, salen de compras, hablan de economía y cobran plata que no saben ganarse. La mayoría ya no piensa. El Neodecadentismo Irreversible ha instalado esa enfermiza costumbre de no pensar. Hoy todo sucede a las apuradas: whatsappeando, tuiteando, instagrameando y facebookeando.
Estamos llenos de verbos que han vaciado la añeja posibilidad de la convivencia y el encuentro. ¿Te diste cuenta cómo las calles se llenaron de gusanos adaptados a la anatomía humana? ¿Te fijaste cómo proliferó gente ociosa que está intentando arreglar el mundo desde las redes sociales?
Escribo para los que se animan, para los que debaten con honestidad intelectual, para quienes se atrevieron a devorarse la vida y volver a reinventarse cada día. Para ellos y ellas escribo. ¿Sabés por qué? Porque tienen un poco más que dos gramos de cerebro.
Escrito para El Informador de cuyo
